viernes, 1 de enero de 2016

Volver a Lisboa, volver a Pessoa

Posiblemente el poeta portugués Fernando Pessoa sea uno de los más grandes de la literatura universal del siglo pasado. Todo el mundo mantiene la imagen de Pessoa pensador y caminante melancólico por las calles de la capital lusa. El poeta vivió la mayor parte de sus existencia en Lisboa y hay múltiples huellas en su obra que indican claramente que recorría sus calles incansablemente, que rastreaba sus más ocultos rincones y era un minucioso analista de sus bares y cafés, de sus oficinas, en los que encontraban múltiples claves sus escritos y refugio su meditación.

[...] Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco veo de ella -el bullicio- en esta concentración suya en esta plazuela nítida y mía.

Muchos años después de su muerte, uno de los especialistas que investigan la obra, la personalidad y los muchos misterios que aún encierra el mundo de Fernando Pessoa, descubrió un escrito del genio lisboeta escrito en 1925 titulado "Lisboa, lo que el turista debe ver". Difícilmente se puede pensar en Pesooa escribiendo una guía turística. Desde muy joven quiso escribir un libro totalizador sobre su país, un libro que no llegó a materializar a pesar de haber tenido incluso título ("Todo sobre Portugal"), un proyecto que nunca vio la luz salvo en el apartado referido a Lisboa.  

Hoy Pessoa sigue estando por las calles de la vieja Lisboa, en medio de las fachadas desconchadas, sobre los adoquines de las aceras y entre las personas que deambulan sin rumbo fijo y que él tan detalladamente inspeccionó.

[...] Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la espalda del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo, y ponía en el suelo, al ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que cogía por el puño con la mano derecha. Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo trivial cotidiano del cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar humilde y alegre, por los placeres alegres y tristes de que forzosamente se compone su vida, por la inocencia de vivir sin analizar, por la naturaleza animal de aquella espalda vestida. 

[...] sigo a veces -sin envidia ni deseo- a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. 

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