jueves, 31 de diciembre de 2015

Volver a Lisboa

Desde que uno prueba Lisboa mantiene latente para siempre la esperanza de volver. Es innegable. Lisboa tiene embrujo, es única, tiene un aroma que embriaga, algo poco evidente que crea adicción. Es como el deseo permanente de volver a una casa que nos acoge, de hacer realidad una ilusión insatisfecha o de reencontrarse con un viejo amor con el que nunca se ha dejado de soñar. Y no importa el momento ni la circunstancia para volver a ilusionarse, cualquier ocasión es buena para intentarlo.

En este caso la oportunidad se presenta en enero, como regalo imprevisto del recién estrenado 2016. ¡Qué mejor disculpa! Año nuevo, de nuevo Lisboa. Volver a Lisboa en invierno es tener la oportunidad de volver a descubrir su luz amortiguada como si fuera la primera vez, como si fuera única, volver a encontrarse con la ciudad bajo esa capa encubridora, difusa e insinuante en la que se envuelve para reforzar su melancolía. Es un tiempo ideal para volver a perderse entre las calles, en sus cuestas, en sus tiendas, por sus rincones. Esa eterna decadencia romántica que posee la capital portuguesa hace de ella una ciudad mágica y única. Por eso es tan atractiva, por eso gusta, por eso en todo el que la conoce se queda enquistada la necesidad de volver, por eso queremos siempre regresar a empaparnos de su aroma. De ahí las impresiones que nos embargan una y otra vez cuando desde lejos la recordamos.

La añoranza de Lisboa es realmente de locos pero es totalmente real. Cada poco tiempo renacen con fuerza las ganas de Lisboa, periódicamente reviven en las entrañas unas ansias renovadas de acercarnos a la capital lusa con amigos o en soledad, porque Lisboa también es generosa cuando uno la paladea consigo mismo. Nunca se pierde en el olvido la apetencia por ese bacalhau a las mil maneras que se enquista en el alma como un anhelo irrenunciable, ni las ansias de un deambular callejero curioso y sorprendente, con ese inconfundible sonido de fondo que es el traqueteo de los tranvías amarelos, ni la nostalgia de un asomo de aventura urbana delante de un portal o detrás de cualquier esquina, ni la sensación de caminar en medio de un descubrimiento constante. Lisboa crece, se renueva, cambia constantemente, pero permanece siempre fiel a sí misma. Volver a Lisboa es volver a sentir un latido intenso, una atracción fatal, es acercarse al reencuentro, a los amores adormecidos con los que siempre seguiremos soñando.

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