viernes, 1 de enero de 2016

Otros encantos lisboetas

Vuelves a Lisboa otra vez. Y vuelves con ilusión renovada y un tanto intrigado. Sabes que hay algo que te choca, quieres averiguar cuáles son las razones que te llevan a reincidir. ¿Por qué vuelves? ¿Dónde está la clave de sus encantos? Lisboa no tiene Torre Eiffel, ni Puerta de Brandenburgo, ni Big Ben, ni Estatua de la Libertad, ni un gran monumento de los que hacen singulares a otras metrópolis. Y, sin embargo, es muy especial, siempre te deja impregnada en el ánimo la intención de volver. Lisboa engancha y no se sabe bien por qué. Encantos ocultos, embrujos escondidos, poderes invisibles la hacen especial.

Lisboa es melancolía, es añoranza, es fado, es Pessoa, pero en esa atracción ensoñadora que provoca también hay otros encantos menos espirituales que resucitan al plantearse un regreso. Por ahí se esconde una ilusión interesada en volver a degustar una buena cataplana, una carne de porco a la alentejana, un pescado sabroso o un jugoso lombo de bacalhau. Y uno quisiera volver a hacerlo en un marco tan especial como la Cervejaria da Trindade, en el Chiado, un local que hizo las veces de logia masónica y antiguo convento, con paredes adornadas en azulejo con las estaciones del año y motivos naturales representados por figuras femeninas. 

Y cómo no querer apreciar de nuevo el sabor de una ginjinha, ese licor de guindas tan lisboeta en el local minúsculo y popular de Largo de Sao Domingos, al lado de uno de los centros neurálgicos de la ciudad, la Praça Rossio, o dejarse embrujar con las caricias aromáticas de un café único en lugares tan insólitos como A Brasileira o el Martinho da Arcada en la Praça do Comércio, centros de reunión de intelectuales y escritores opositores a la dictadura salazarista y lugar de históricas tertulias literarias al estilo del Café Gijón o el Comercial de Madrid, el Majestic de Oporto o el café de Flore de París. 

En el Martinho da Arcada escribía Saramago cuando visitaba Lisboa y allí se conserva la mesa en la que acostumbraba a sentarse otro habitual del local, Fernando Pessoa. En las paredes del establecimiento fotografías del escritor portugués y de sus amigos, de sus escritos y sus artículos. Sobre la mesa de mármol algunos utensilios, una tacita de café, un azucarero, un vasito para el licor y unos libros de Pessoa. 

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